El campo estaba amarillo. Los labios de la tierra se agrietaban. La
sed caminaba por doquier. Era quince de octubre. Hacía cinco meses que las nubes se
habían marchado. Los pozos empezaban a flaquear y dejaban ver sus
piedras más íntimas. La alcaldesa hizo venir al buscador de aguas subterráneas
Gabriel, pero el péndulo del zahorí se quedaba dormido en medio de una
búsqueda. Santa de la Sierra se estaba convirtiendo en un páramo baldío. El
cura del pueblo organizó una procesión y una novena a Santa Rita. Los cielos
siguieron inmaculados. Y entonces, cuando la desesperación empezaba a
apoderarse de los corazones, aparecieron las hormigas con alas. Y finalmente llovió.