Sin contacto

Hola, Ito, dice la imagen desde la pantalla del ordenador. Hola, abuela, contesta el hombre de barba blanca. La habitación es cuadrada, dos metros y medio de lado. Todo menos el suelo de mármol está pintado de blanco. Una entrada sin puerta. Techo abovedado. ¿Qué tal está mi niño? La imagen se ha agrandado, como si en el otro mundo hubiera la profundidad de un espejo y ella se hubiera acercado a él. El pelo negro terso sobre la nuca, cejas enormes. La nariz roma, una boca grande de labios pequeños. Un poco cansado, abuela. La soledad no deseada termina por doblegarte, ya sabes. ¿Y dónde está tú madre, por qué te ha dejado solo? Mamá murió hace ya más de quince años. ¡¿Cómo, mi niña está muerta!? Sí abuela. ¿Y cómo no me habéis dicho nada? El hombre de barba blanca tarda un rato en contestar. Los ojos se le llenan de lágrimas. Las lágrimas se derraman. El ventilador hace un ruido como de fábrica en marcha. Todo lo demás es silencio. No tenía contacto con el más allá. Entonces las cosas eran muy distintas, abuela, el mundo parecía en orden... y no podíamos, ya sabes, charlar, como ahora.