No lloro

          Sueño que caemos por el acantilado. Me despierto. Luna no está. Recuerdo los días tristes, cuando ella ponía sus patas delanteras en mi pantorrilla, me miraba con ojos de niño humano, y yo derramaba sin pudor las lágrimas de mi reciente viudedad. Su ausencia es la presencia de una sombra que se mueve por doquier. No la lloro, pero sí que la tengo muy presente. Era un ser vivo, con su corazón latiendo, sus esperanzas puestas en mí, en este macho alfa traidor.