Capricho roto

        Krali cubre los hombros de la niña con el abrazo del padre protector que nunca tuvo. No te preocupes, tía, la vida es un capricho roto y duele, dice. La niña le mira sin comprender. En sus ojos hay una interrogante y un desconcierto. ¿Quién eres? Soy tu sobrino. ¿Y cómo es posible esto? Porque no eres real, princesa. Eres solo un recuerdo, la esencia de ti que mi madre ha depositado en lo más profundo de mi alma, si lo prefieres en el ancho y destartalado almacén de mis recuerdos a largo plazo. La luz cae desde arriba en tibias semillas blancas. ¿Soy un espectro, un fantasma? No. ¿Puedo salir a tu presente? Ya estás aquí, puedes continuar aquí; y Krali señala su costado izquierdo. Mi hermana... Está aquí también, tía, en esta casa, arriba, en el antiguo doblado, en un nicho que he construido sobre la repisa de la ventana que daba al tejado, hoy cegada por las obras. Quiero verla. Ven, sube. En el ángulo oscuro hay un visillo. El hombre lo descorre. Hay una ventana corredera. El hombre señala. Hay una lápida funeraria: un corazón de Jesús y un poema. La niña reconoce los versos. Sonríe.